Tieta de Barcelona
Nos fuimos a Barcelona la familia entera: dos padres, dos hijos y una abuela. Cuando llegamos a la casa de Tieta ella no estaba allí, había salido de vacaciones.
El padre era amigo de su hijo. Un amigo que se fue para las américas, como muchos otros y allí se quedó. Se casó, tuvo dos hijos y formó una familia. Estaba llegando de regreso a visitar a sus parientes españoles y a que sus hijos conocieran a sus gentes.
Toda la tribu necesitaba alojamiento y Tieta de Barcelona sin conocernos, con una confianza, una amplitud de espíritu que está por encima de la simple generosidad, nos dejó las llaves de su casa sin ninguna restricción. Llenó la heladera para que no careciéramos de sustento, dejó una notita en que pedía que le regáramos las plantas y nada más.
En su departamento de tercer piso que se encontraba justo al frente de la iglesia emblemática de Barcelona,
En este tiempo en que se discrimina por el color de la piel, por el acento al hablar, por el modo diferente de comportarse, a Tieta de Barcelona no le importó nada de eso. Éramos amigos de su hijo, necesitábamos cobijo y eso, para ella, fue bastante.
Antes de que regresara ya teníamos que partir de modo que no la conocimos ni pudimos agradecerle personalmente.
Hoy supe que ha cumplido cien años. Desde aquí, desde mi América morena, la felicito y la bendigo. Gentes como ella deberían ser eternas, el mundo las necesita.