tejedora

10/25/2008

Tieta de Barcelona

Nos fuimos a Barcelona la familia entera: dos padres, dos hijos y una abuela. Cuando llegamos a la casa de Tieta ella no estaba allí, había salido de vacaciones.

El padre era amigo de su hijo. Un amigo que se fue para las américas, como muchos otros y allí se quedó. Se casó, tuvo dos hijos y formó una familia. Estaba llegando de regreso a visitar a sus parientes españoles y a que sus hijos conocieran a sus gentes.

Toda la tribu necesitaba alojamiento y Tieta de Barcelona sin conocernos, con una confianza, una amplitud de espíritu que está por encima de la simple generosidad, nos dejó las llaves de su casa sin ninguna restricción. Llenó la heladera para que no careciéramos de sustento, dejó una notita en que pedía que le regáramos las plantas y nada más.

En su departamento de tercer piso que se encontraba justo al frente de la iglesia emblemática de Barcelona, La Sagrada Familia, pasamos hermosos momentos descansando de nuestras correrías de descubrimiento de la maravillosa ciudad y admirando, a la luz de las estrellas y en los amaneceres, como se destacaba esa joya de la arquitectura recortada sobre el cielo azul.

En este tiempo en que se discrimina por el color de la piel, por el acento al hablar, por el modo diferente de comportarse, a Tieta de Barcelona no le importó nada de eso. Éramos amigos de su hijo, necesitábamos cobijo y eso, para ella, fue bastante.

Antes de que regresara ya teníamos que partir de modo que no la conocimos ni pudimos agradecerle personalmente.

Hoy supe que ha cumplido cien años. Desde aquí, desde mi América morena, la felicito y la bendigo. Gentes como ella deberían ser eternas, el mundo las necesita.

10/22/2008

Final de cuento

El cuento anterior no lleva desenlace porque está pensado para que quien lo leyera imaginara el suyo. Sin embargo, les doy a escoger tres soluciones:

1- Dejé el escritorio abierto y la carta dramáticamente extendida encima. Hice una maleta y me fui a la casa de mi madre.

2- Lo esperé junto al escritorio abierto y con la carta en la mano y exigí unas explicaciones que vinieron medio forzadas pero en las que fingí creer y todo quedó en una escena de lágrimas y de reconciliación.

3- Quemé la carta, cerré cuidadosamente el escritorio y con el llanto quemándome las pestañas lo miré, desde lejos, abrir el escritorio y buscar vanamente la carta cuya desaparición no se explicaba. Fue un secreto que nunca mencioné

10/11/2008

Rezo por ti

Hijo mío, desde el momento mismo

en que la claridad del alba

llega a tocar mis párpados dormidos

hasta el instante en que las sombras bajan

poniendo un velo a la luz del día,

no dejo de pedirle a Dios por ti.

Pido que la salud, el amor, y la paz,

la alegría y la prosperidad

te sean constantes, fieles compañeras

en tu hogar, tu trabajo

y todos los momentos de tu vida.

Pero cuando una pena te oscurezca el alma

o sea la dicha la que ponga una estrella de luz

en tu jornada,

sentirás que un soplo tibio te acaricia

y el leve roce de un beso en tu frente

es que mi corazón hecho plegaria

en cada uno de todos sus latidos

lleva hasta ti mi oración confiada.

10/06/2008

El viejo escritorio

La vida tiene un agujero negro, como aquellos que los astrónomos han descubierto en ignotas galaxias. Ese agujero es el que nos va devorando desde que nacemos. A su seno sin fondo se van nuestros primeros balbuceos, después nuestros primero pasos. Los juguetes de la infancia se pierden en él como se perdió la cuna que meció nuestros primeros sueños

¿Qué se hizo de aquel cuarto que era nuestro refugio y en el que cobijamos todos nuestros tesoros? Allí ocultamos nuestro diario, los primeros poemas. Llenamos sus paredes con estampas de nuestros héroes, colgamos nuestros modestos trofeos y les dimos acomodo a los peluches amigos. Sus paredes escucharon nuestras voces acompañando al “estereo” o a la radio y también nos oyeron llorar bajito las primeras frustraciones y el primer desengaño.

Y el día en que sacamos los pies de nuestra casa, todo aquello desapareció tragado por el agujero negro.

Poco a poco se fueron por él, la casa que nos costó mil sacrificios conseguir, aquella otra que quisimos tanto y con ellas los muebles queridos, los libros, las cosas que nos acompañaron, las mascotas que aún nos miran desde fotografías desteñidas y toda la carga de triunfos y fracasos, de penas y alegrías, de días trágicos y de días esplendorosos, todas las lágrimas vertidas, todas las risas y los cantos.

El agujero negro se llevó también nuestras lozanías: el cutis de seda, los abundantes cabellos, la gallardía y la fuerza que nos impulsaban.

Hoy, por ese mismo agujero negro, se ha ido tu viejo escritorio.

Verlo salir de su lugar de siempre fue como volver a perderte.

En el camino a casa estaba la carpintería donde lo encargaste. Te hiciste amigo del carpintero y ante tus ojos fue surgiendo el mueble. Era sencillo pero notablemente bien hecho: ningún alarde de ornamentación pero ninguna juntura que no encajara, los cajones resbalaban como sobre seda y aunque pequeño, tenía un aspecto de solidez y de elegancia.

Sé como lo apreciabas. En la casa llena de cosas, sólo aquel mueble era entrañablemente tuyo y de nadie más Sus cajones guardaron todos tus tesoros y nadie se atrevió a poner en orden los papeles, los lápices y todo aquello que tú mantenías allí.

Nadie sabía lo que encerraba el primer cajón. Tenía una llave que siempre llevabas contigo.

Sabido es que la curiosidad es un atributo femenino y aquel icono sagrado que estaba en mi casa pero no me pertenecía me daba grima. Un día encontré un cuchillito delgado y puntiagudo y probé con él en la cerradura del cajón. Muerta de miedo y de nerviosismo vi como se abría.

No había allí nada que yo no conociera pero en el fondo encontré una carta. Era una carta de amor…..y no era para mí.