tejedora

11/27/2008

La cola

Como desde la pantalla de un televisor defectuoso, entre sacudones y saltos, la ventanilla del bus, deja entrever el cambio de los paisajes que atraviesa: primero, casas lujosas, entrevistas como una mancha blanca entre la exhuberancia de los jardines; después, construcciones más numerosas y apretujadas con apenas un manchón de verdor y por último, los edificios cada vez más compactos, más altos y más desnudos con cientos de ventanas como ojos vacíos que hacen pensar en aquel poema: " sesenta balcones y ninguna flor".

Doña Catalina Días Andulce viuda de Perez del Castillo, maestra normalista con categoría "Al mérito", condecorada con la "Gran Orden de la Educación" en grado de oficial, como justo reconocimiento a treinta años de servicio en la docencia, ahora jubilada, se traslada a cobrar su exigua renta. Es uno más entre los anónimos pasajeros del atestado bus.

En el largo trayecto los pasajeros suben y bajan. Entre dos cabeceos, doña Cata descubre que, a su lado, donde antes se sentaba una chola con su guagua, ahora está acomodada una vieja de mirada agresiva que, desde detrás de los gruesos lentes, parece un pájaro presto a lanzar un picotazo. Doña Cata la mira largamente: a lo mejor es sólo una mujer triste o asustada.: Pasamos la vida viendo la mueca antes que la cara, oyendo la voz sin escuchar el mensaje, catalogando harapos de trapo y carne, sin poder jamás asomarnos al alma de las personas.

Un viejecito menudo de bigotes ralos y dientes careados que viaja en el asiento de atrás, le toca el hombro:

-Señorita Catalina. Se acuerda de mi?. Soy Lucio Torrico, el Cachi, usted me enseñó a leer en la escuela "Uyuni" de Tembladerani.

Doña Cata da vuelta la cabeza todo lo que puede. -Pero que viejo tonto- piensa- Es imposible que yo tenga un alumno de tan avanzada edad.

Mientras el vejete amontona precisiones, nombres, lugares y anécdotas, Doña Cata compone una sonrisa boba para escucharlo y su cabeza se pierde en un carrusel de aulas, de rostros infantiles, de sonrisas, de gritos y de lágrimas. Casi vuelve a sentir el esfuerzo y la alegría de llenar esas cabecitas con el abecedario, las tablas de multiplicar, el aseo, la moral y la instrucción cívica.

-Tengo que bajarme en la esquina Colón- le dice Doña Cata- Por favor, me avisa cuando lleguemos.

-Pero si ya es aquí- se afana el Cachi y grita:- |Maestro, pare|.

Doña Cata agita los brazos en el esfuerzo por incorporarse y se desliza entre bolsas, aguayos y guaguas, empujando a la señora que ha visto que el asiento va a quedar vacío y se viene de contramano.

-Que vieja de mierda, ya me ha rasgado las medias.- se queja una joven.

-Apúrese pues Doña, no puedo tener el bus parado aquí- vocifera el chofer.

-No le levante la voz, respete las canas- grita el Cachi.

Por fin, como si se hubieran librado de una verruga, Doña Catalina es depositada en la acera. Sintiendo que la cabeza le da vueltas, con saltitos de gallina maneada, vence la media cuadra que la separa de la hilera de personas que, en fila, adosadas a la pared, arrastran lentamente los pies a medida que avanza la cola. Reconoce el cloqueo de las voces cascadas, las miradas miopes y las cabelleras blancas o teñidas.

-¿Esta es la fila para recoger la papeleta?

-Si, señora . Ahora hay una sola fila. De todos modos, tenemos que esperar porque el dinero se ha terminado y han ido al Banco a buscar más.

Pese a que no hay atención, la cola avanza poco a poco porque las personas se desmarcan para ir a charlar o a buscar dónde sentarse. Doña Cata mira con codicia un pilar que está más adelante y al que ansía llegar para apoyarse. Ultimamente no se ha sentido bien y particularmente hoy se siente peor. Con un suspiro, recarga todo lo que puede de su humanidad en la superficie fría.

De pronto, fija la mirada en alguien que está más adelante .-Aquella es la Corina....O no?- murmura- Parecía más alta y se ufanaba de su silueta y ahora tiene una panza....Atrevida y coqueta la Corina, se le insinuaba descaradamente

al Gabriel aún sabiendo que era mi novio. Dígame, señora, aquella, la de los pelos amarillos. Es la Corina Benítez?

-No puede ser- le contestan- Corina ha muerto hacen......creo que ya tres años.

-Muerta- piensa Doña Cata- Pobrecita, era coqueta pero en el fondo no era tan mala. Muerta como mi Gabriel. Se habrán encontrado?.Puede que la muerte sea otra vida, pero , no. Como recitaba su sobrino Elías en esa obra de teatro: esta vida no es sino un largo sueño por el que uno pasa con los sentidos estremecidos, experimentando el calor y el frío, el hambre y la delicia, la belleza y la nausea, el amor y el odio. Percibiendo las punzadas de la felicidad y la desdicha, de la libertad y las cadenas. Después, cuando uno muere, es como si despertase de ese sueño, no recuerda nada, sólo queda una enorme y desolada añoranza....

Perdida en sus pensamientos, la mujer se ha quedado como dormida recostada en el poste.

-Recorra pues Doña, ya ha dejado sitio como para tres personas y ahí se aprovechan para meterse las coladoras.

Doña Cata se despega con gran pena de su sostén y por un momento, duda de si podrá mantenerse en pie.

Porqué, |Dios mio| a nadie se le ha ocurrido poner unas bancas aquí? Sólo unas rústicas bancas de madera en las cuales abandonar, por un momento, los doloridos huesos

-Tengo que sacar mis documentos-piensa- y cuidadosamente desabrocha el gancho con el que tiene unido el bolsillo al abrigo- Así no pueden meter la mano y robarme.

Delante de ella tiene la espalda de un caballero y allí, Doña Cata golpea

con cuidado:

-Perdone señor. Me haría el favor de cuidarme el sitio en la cola?. Verá Ud., tengo que buscar a la Leonor. Ella se comprometió a venir para ayudarme.

Doña Cata se lanza en medio de aquel mar de gente, como un naufrago que abandonara el barco. Allí avanza flotando como un corcho en un remolino. Ya no se respeta el orden. Sobre todo las señoras, a quienes les toca formar en la calle, donde sopla un helado viento de otoño, abandonan la cola y entran buscando, afanosamente, una persona conocida a quien apegarse y con el pretexto de la charla, incrustarse en la fila.

La señora avanza preguntando a todos:- No la han visto a la Leonor?- y cuando llega a la puerta sin noticias de su amiga, regresa abriéndose paso a duras penas. A cada momento cree ver al caballero que le está "guardando la cola" pero cuando quiere recobrar su lugar la rechiflan y la sacan a empujones. Por fin llega donde el hombre que avala su derecho.

La cola sufre un estremecimiento y el cloqueo de las viejitas eleva su tono. Parece que un zorro hubiera entrado en el gallinero. Es que han llegado los empleados del Banco con el dinero.

La gente se alborota ante la inminencia del pago. Las coladoras buscan afirmar su lugar. Algunos audaces avanzan entre la rechifla general.

Por fin Doña Cata logra su papeleta y la mira con enorme desconsuelo. Debe llenar sus datos y no sabe cómo, las letras le bailan ante los ojos. Es imposible que en un espacio tan reducido como el de ese pequeño papel, pueda escribir su nombre.

Nuevamente araña la espalda del caballero de adelante: -No ha llegado mi amiga. Ud. sería tan amable de ayudarme a llenar los datos?. Verá, estoy casi ciega.

El paciente caballero consigue algo en que apoyar la boleta y hace difíciles ejercicios de equilibrio para escribir de pie, la señora lo observa y la recorre una tenue cosquilla de añoranza:

-Se parece a mi Gabriel. Es moreno como él y tirando a gordito.¿ Su sonrisa será pícara como la de él?.| Me gustaba tanto su sonrisa. La conservó hasta el día en que se la borró la muerte....

El "pam, pam, pam" del sello de los pagadores se eleva por encima de las voces.

Doña Cata es zarandeada, avanza y retrocede, recargada a medias en quien va adelante. Ya no puede más, sus piernas son de gelatina y en lugar de cuerpo soporta un costal de dolores. Avanza sólo porque la cola empuja y cuando llega a la mesa del pagador, no acierta a entregar la boleta. Su boca entreabierta emite un quejido apenas audible. Toda su humanidad se ha concentrado en la mirada miope de sus ojos que imploran auxilio .Pero los pagadores, cansados y aburridos, no se detienen a mirar los ojos de la gente.

-Su boleta y su carnet, señora. Apúrese, por favor, está Ud. deteniendo la cola.

Pero Doña Catalina Díaz Andulce viuda de Perez del Castillo ya no escucha, simplemente se desploma. Ha terminado de soñar el largo sueño de su vida.

11/14/2008

Verde

¿De qué lugar viniste ángel pequeño? ¿Quién te arrancó de tu verde paraíso para dejarte en los brazos de esta inexperta madrecita-niña?

En toda la casa se escucha tu parloteo de pajarillo que habla un idioma propio hecho de dulces trinos. Cuando la luz del día declina y el anochecer se va apoderando de la tierra, cansado de mover tus piernas sonrosadas y de agitar tus brazos como si quisieras volar, comienzas a cerrar los ojos y balbuceas: -“Velde”

La madre se inclina sobre la cuna y comienza a cantar a cantar bajito:

Ojos verdes, verdes como la albahaca

Verdes como el trigo verde y el verde, verde limón

-Más- murmura tu boquita rosa. Ella sonríe y canta un bailecito de la tierra:

Verde, verde verbenita

Porque no has venido a verme.

Cuando piensa que ya estás dormido, entreabres los ojitos y pides más.

Entonces acude al poeta granadino, inventa una tonadilla y canta:

Verde que te quiero verde.

Y el ángel de los sueños te lleva muy lejos a tu paraíso de trigales en agraz, de árboles de hojas susurrantes y de ligeros colibríes. A ese mundo tuyo, todo futuro hermoso…y todo verde.