tejedora

8/18/2006

San Roque

-Cuéntame de nuevo, Pirulo, cuéntame como era cuando vivías con la abuela.

-Pero si ya te lo he contado mil veces, Pulgas, no seas fastidioso.

-Pero es que me gusta tanto saber de todo eso. Cuéntamelo de nuevo…

-Pues era una linda vida. La abuela era mi ángel, era muy buena. En la casa vivía ella, su hija, sus dos nietas y dos hombres: el marido de la hija y el marido de una de las nietas. Yo podía contar con el cariño incondicional de la abuela y la hija como las nietas me soportaban nomás y hasta a veces me hacían una caricia pero los hombres me odiaban, nunca supe porque.

Todos salían en la mañana temprano a trabajar y yo me quedaba con la abuela en su cuarto, porque ya no se levantaba de la cama. Éramos ella, yo y su radio. En esos momentos yo podía subirme a su cama y ella me acariciaba, me hablaba, me contaba de otros tiempos, de su tierra lejana, de cuando trabajaba y al salir del trabajo compraba fruta y golosinas y llegaba a casa con su bolsa para alegría de las nietas. Se dolía de la enfermedad que la había apartado del trabajo y la tenía confinada en esa cama. Lloraba y yo le lamía las lágrimas gimiendo bajito

Ella escuchaba la radio, sabía todas las noticias y las comentaba conmigo. Yo, la verdad, no entendía mucho de por que se mataban esas gentes, de las guerras, de los crímenes y a veces de acontecimientos más placenteros, pero ponía cara de inteligente. ¿Ves? Así, meneaba la cabeza y asomaba el hocico a su mano y ella comentaba: - ¡Que inteligente es este Pirulo, lo entiende todo!

-Ahora cuéntame de tus salidas a la calle.

-¡Ah¡ era lindo también. La abuela llamaba por teléfono y venía a buscarme un muchacho simpático. Yo lo conocía y me dejaba poner la correa y con él caminábamos por la calle hasta llegar a la veterinaria.

-¿A la que….?

-La veterinaria es como un hospital para animales. Allí los curan si están enfermos pero a mi me llevaban para ponerme el polvo antipulgas. No quiero ofenderte Pulguitas pero a las personas no les gustan esos bichos. Después me bañaban, me secaban y me peinaban.

-Seguramente quedabas muy lindo.

-Era para que no oliera mal en la casa y pudiera subirme a la cama de la abuela.

-¿Y cuando trataron de matarte, Pirulo? Cuéntamelo otra vez.

- Pues los hombres de la casa no me querían, nunca supe porque, yo no les hacía nada. Cuando ellos estaban yo me metía debajo de la cama de la abuela y procuraba pasar inadvertido. Pero tenía que salir al patio para hacer mis necesidades ¿comprendes? y una de esas veces, en la noche, me agarraron. Ya ves que soy grande y entonces estaba bien alimentado de modo que era fuerte. Apenas pudieron sujetarme. Cuando el más joven sacó una aguja y me pinchó con ella, me debatí furiosamente, pude safarme y corrí hasta el cuarto de la abuela. Me metí debajo de la cama y me vino como un atontamiento, como un sueño y no podía ni contestar cuando la abuela me hablaba. Cuando ella pudo sacarme y me revisó encontró la jeringa colgando de mi piel y todavía con un rastro de sangre. Alzó el grito al cielo, vino a revisarme el veterinario y dijo que me habían inyectado algo para dormirme pero no deben haberme puesto todo porque a los pocos días ya estaba sano.

-¡Ay Pirulo, que emocionante!

-Y a partir de entonces viviste feliz…

-Si, pero no por mucho tiempo. La gente tiene la costumbre de morirse ¿sabes?

- Como le pasó al Sin-nombre cuando lo atropelló el auto. No se movió más ni cuando lo metieron al basurero y de allí ya no salió

- Cuando se murió la abuela yo los seguí al Cementerio sin que me notaran y aquí me quedé acompañándola. ¿Para que iba a regresar a la casa?

Me hubiera muerto de tristeza y de hambre aquí en la puerta del Cementerio si no hubiera sido por un joven que trabajaba en ese restaurante de la esquina. Él me vio y tuvo compasión. Reunía todas las sobras de comida en una bolsa y me las daba. De ellas yo te partía cuando recién llegaste ¿Te acuerdas?

- Claro que si. Yo todavía no entendía porque me separaron de la niña si nos queríamos tanto. Su padre me llevó como regalo de cumpleaños para ella y en seguida éramos inseparables. Yo compartía su comida y sus golosinas y ambos rodábamos felices jugando por el suelo. Al bañarla, la mamá encontró que tenía una pulga y de inmediato decretó que había que sacarme de la casa. Me puso en el auto y viajamos un largo rato. Luego ella me dejó aquí, junto a ti y se fue. Si no hubiera sido porque tuviste compasión de mi, yo hubiera muerto también de tristeza y de hambre.

- Y ahora déjame dormir Pulgas. Han cambiado al joven que atendía el restaurante y el nuevo ni se ha dado cuenta de que existimos.

-¡Mira Pirulo, mira!

-No molestes Pulgas. ¿No ves que estaba durmiendo? A veces así, cuando uno logra dormir con la barriga vacía, se olvida del hambre.

-Pero esto es muy raro. Hace rato que vengo siguiendo a esta gente que está llevando un gran canasto de pan….

-Ya sabes lo que sacarás si te asomas a ellos: te darán una buena patada, un garrotazo o te correrán a pedradas.

-Eso es lo raro, mira. En cuanto encuentran un perro en su camino sacan un pan del canasto y se lo dan

-Debes estar soñando, Pulgas.

-Mira por ti mismo, Pirulo. Y los panes incluso tienen algo adentro, he visto a ese comerse un pedazo de carne.

- Espera, no vayas. Hace mucho tiempo vinieron unas gentes con unos monos azules y repartieron panes a todos los compañeros pero tenían adentro algo muy malo y fue terrible verlos morir con unos dolores muy fuertes. Yo me salvé porque aquello que repartían no alcanzó para mi.

-Pirulo. Estos no tienen monos azules, hablan con dulzura y hasta he visto que les han hecho una caricia a los perros mientras les daban el pan. Yo me arriesgo, Pirulo. Tengo tanta hambre que no me importa morir si antes puedo saborear un bocado.

-¿Será que los hombres han comprendido que los queremos? Les daríamos toda nuestra vida, nuestra lealtad, todo el servicio que podamos prestarles sólo a cambio de un rinconcito en su hogar y unas sobras de su comida. Vamos Pulgas, recibamos también nosotros ese pan y que sea lo que Dios quiera.

Y mientras el Pirulo y el Pulgas devoraban el pan que les habían alcanzado, una radio comentaba que por ser día de San Roque, unas personas caritativas iban a repartir alimentos a los perros vagabundos.