tejedora

7/29/2006

Prisioneros

Ambos estamos encarcelados: Tú en el último patio de una vivienda en la calle de enfrente y yo en este cuarto, tras de esta ventana desde la que puedo verte.

Ambos nos preguntamos que extraño juez nos ha condenado. Que delito, que enorme trasgresión, que pecado cometimos para ser sentenciados, tú a arrastrar esa cadena y yo a que me tengan presa el deber y el cariño que, al final, también son cadenas.

Ambos miramos con envidia y añoranza el vuelo de los pájaros, el ocioso vagar de las nubes y las alocadas carreras del viento. Todos son libres menos nosotros.

Y en los melancólicos crepúsculos y en la oscura noche mi alma se une con la tuya y ambos lloramos de dolor, de rebeldía…… y de resignación, hermano prisionero, hermano perro.

7/28/2006

Amor y tango

Yo era una niña que hacía muy poco había dejado de interesarse por las bolitas y el trompo y que todavía no se había desprendido del todo de las muñecas. Todo lo que creía saber de la vida lo había leído en los libros de cuentos de hadas.

Él era un muchacho que recién había dejado el colegio secundario y ahora enfrentaba su entrada a la universidad y además había conseguido un trabajo de auxiliar en un ministerio.

Nunca podré explicarme porque un muchacho simpático y popular se había fijado en una mocosa como yo que apenas sabía limpiarse la nariz; pero jamás dejaré de agradecer al Destino que me lo mandó para ser el depositario de mi primer amor.

Nadie hubiera podido tratar ese sentimiento como se trata a la flor más delicada, exactamente como yo imaginaba que era el amor entre las princesas y los príncipes de mis cuentos de hadas.

Las gradas que subían al segundo piso de la vieja casa de vecindad eran el punto de reunión de todos los jóvenes que de ellas habíamos hecho una especie de club y allí nos reuníamos para comentar los sucesos diarios, para contarnos historias y películas. En esas gradas nos conocimos y nos enamoramos.

Aquel muchacho me regaló una estrella. Hasta entonces, para mi, las estrellas eran simplemente pedacitos de vidrio resplandecientes colocados en el cielo sin orden ni concierto. Él me mostró las constelaciones, me enseñó a distinguir la Cruz del Sur y me dijo: - Formando ángulo con la última estrella de la Cruz del Sur está esa estrella pequeñita ¿la ves? Se llama Suinqui y es nuestra. Cada vez que la mires piensa que yo he puesto en ella mucho amor para ti.

Aquel muchacho me dio el primer beso. Hasta entonces ese amor no había sido tocado por nada físico exceptuando el contacto de nuestras manos unidas que hablaban de amor más que los labios. Pero yo soñaba con el primer beso y llegó en una Navidad. La fiesta era familiar y nosotros no encajábamos en ninguna familia de modo que nos encontramos por unos minutos en “nuestra grada”. Me dijo que me había traído un regalo y yo estaba ansiosa por saber que era. Cuando él trataba de ocultarlo y yo de arrebatárselo nuestras cabezas quedaron frente a frente casi juntas y entonces nuestros labios se unieron pero se volvieron a separar de inmediato como asustados de esa audacia y en seguida, irresistiblemente, se juntaron de nuevo en el primer beso de amor que recibía y que tenía esa magia en la que no se unen sólo los labios sino el alma. Fue un instante de un encanto irrepetible que hubiera deseado que durara la vida entera.

Nos separamos como mareados, como si estuviéramos fuera del mundo. El pequeño reloj- pulsera que era el regalo quedó para serme entregado recién al día siguiente

Su trabajo y sus estudios no le dejaban mucho tiempo libre de modo que nos veíamos sólo por momentos. A veces, en la noche, cuando ya todo estaba en silencio y en mi casa todos durmiendo, yo escuchaba su silbido característico y en puntas de pie, sin hacer el menor ruido, me acercaba a una ventana protegida por rejas y allí nos dábamos las buenas noches y un dulce y “enrejado” beso. Mi madre nunca lo supo porque sino estuviera escribiendo ésto desde un convento de clausura.

Nuestro tango se presentó una tarde en que, como muchas otras veces, caminábamos por la calle angosta, pasábamos por la humilde plazuela y seguíamos por la larga y despojada avenida, tomados de la mano, charlando de cualquier cosa, generalmente yo interesada en lo que me contaba de sus clases y de sus lecturas. De pronto, desde un balcón abierto, la radio nos dejó escuchar esta melodía que nos detuvo envolviéndonos en su magia y haciendo que nuestras manos se unieran más y nuestra mirada prometiera un beso. No le prestamos atención a la letra que hablaba de amores perdidos, sólo supimos, sin decirnos nada, que esa era nuestra melodía. El tango se llamaba “En esta tarde gris”

Desde entonces parecía perseguirnos. Mientras caminábamos, mientras permanecíamos sentados en las gradas (porque mi madre no hubiera dado entrada en la casa a ese chiquillo que tenía no se sabe que intenciones con su niñita tan tierna). A veces yo estaba sola y me bastaba oír aquella música para buscarlo en el entorno y con seguridad lo encontraba.

Tuve que irme a otra ciudad a estudiar y nos separamos. En el primer carnaval que yo pasaba en esa ciudad extraña él se presentó y pudimos bailar varias veces nuestro tango en una fiesta que, por eso, resultó inolvidable.

Después la vida fue abriendo una brecha en esa separación y se impuso lo material, lo correcto, lo más conveniente. Yo tomé un camino y él otro diferente. Nunca volvimos a vernos pero cuando las circunstancias me mostraron la cruda realidad, los versos de aquel tango me quemaron el alma:

No pude comprender tu desesperación

y alegre me alejé en alas de otro amor

que sola y triste me encontré

cuando me vi tan lejos

y mi engaño comprobé.

.

Aún ahora, venciendo al tiempo y a la muerte, esta melodía arranca a aquel muchacho del arcano y lo trae a hacerme compañía en estas “tardes grises” en que envejece mi vida.