tejedora

8/25/2008

La Remy

Morena, menuda, ni bonita pero tampoco fea, así era la Remy. Una sonrisa tímida pero graciosa, ponía un destello de luz en su rostro. Eso sí, era inteligente, capaz y sobre todo, responsable.

Un día llegó al trabajo con la sonrisa más abierta y más constante. Se había enamorado. Todas las compañeras festejamos la noticia pero cuando conocimos al novio algo en sus actitudes un tanto huidizas, sus palabras que sonaban a falsas, hizo que receláramos de la sinceridad de aquel hombre; pero ¿que valía nuestra opinión expresada en voz baja, en corrillos? Nosotras no lo conocíamos y ella decía que si y estaba enamorada.

El matrimonio se realizó y la constante sonrisa del comienzo se fue apagando poco a poco. Ambos deseaban tener familia pero el tiempo pasaba y el hijo no llegaba. La veíamos llegar al trabajo llorosa y dolorida porque pusieron su problema en manos de muchos médicos y cada cual recetaba un tratamiento, una operación diferente y a todo se sometía la Remy persiguiendo tercamente su sueño.

No estábamos aún en la era de inseminación artificial ni del embarazo “in vitro”.

Una mañana entramos al cuarto de la portera extrañadas pues allí se oía un llanto apenas audible, parecía la queja de un animalito herido.

- Es esta “guagua”- nos explicó la mujer mostrándonos un pequeño envoltorio dentro de un cajoncito donde había una criatura diminuta - Me la ha regalado su madre porque no tiene como mantenerla.

Pero tienes que alimentarla, limpiarla, sacarla de ese cajón y mecerla para que no llore. Quizás tiene frío o hambre.

- Si, algo haré – Nos contestó no muy convencida.

-Pero de todos modos no vale la pena, pronto morirá, es una guagua del cielo. ¿Ven como tiene de largas sus pestañas? Eso es un signo, una prueba de que pronto ha de irse.

Al salir de la habitación nos miramos y en todas había surgido la misma idea: Allí había una niña sin madre y la Remy necesitaba esa hija.

No fue difícil convencerla. Nadie sabía de la existencia de esa niña y la portera no iba a decir nada, contenta de librarse del problema.

El marido puso algunos reparos pero finalmente, sobre todo ante los ruegos anhelantes de la Remy, cedió.

La niña no se fue al cielo, encontró un hogar y una madre que la amaba y creció, se desarrolló, se convirtió en una linda jovencita.

Hasta aquí, yo fui testigo de la historia, luego, la vida se encargó de dispersarnos y entonces sólo supe noticias de la Remy muy de allá en cuando.

Supe que se había separado del marido y que vivía con su hija. Me las imaginé tranquilas y felices compartiendo la vida. Ella trabajando como siempre y la niña acabando sus estudios, quizás ya en la Universidad.

Luego me enteré con sorpresa de que la hija había dejado a la Remy y se fue a vivir con su padre.¿Qué había pasado? La imaginación comenzó a tejer teorías: Podría ser que el marido hubiera intentado un acercamiento sexual con la niña y esa fuera la causa de la ruptura del matrimonio.

En todo padre hay un larvado anhelo de posesión de la hija. No otra cosa son los celos que se manifiestan cuando la niña ya crecida empieza a buscar el amor.

En este caso las cosas se le facilitaban al seudo padre que no tropezaría con las trabas morales y sociales de un padre verdadero. Y talvez la hija cambió el afecto conocido del padre por el de mujer como se lo pedía, a esa edad, la naturaleza.

Ayer he conocido el final de la historia: Ante un nuevo matrimonio del padre, la chica a quien siendo bebé no se le abrieron las puertas del cielo, se las abrió ella por su mano, se suicidó.

La Remy que había ido languideciendo en una depresión creciente desde que se vio sola, acabó por morir de pena.