tejedora

11/26/2007

Sucre

Sucre

Estremecida de horror leo y observo las noticias que me muestran una ciudad de Sucre en guerra, con su cielo lleno de humos tóxicos, con sus blancas paredes pintarrajeadas de consignas y con sus calles en las que reina el odio, el dolor y la muerte.

¡Ay Sucre, mi Sucre! Ciudad en la que se abrió mi juventud como una flor protegida y alentada por tu aire luminoso, por tu sol, por tus suaves rocíos.

Tú eras tan joven como la pléyade de estudiantes que llenaban tus aulas de alegría, de ansias de saber, de placer por beberse la vida como un vino embriagador. Tú eras la ciudad estudiantil donde la magna Universidad de San Francisco Javier, la Escuela Nacional de Maestros y los colegios bullían de vida y juventud.

Como el recuerdo de un rito de magia vuelven a mi mente las noches de serenata: la luna esplendorosa y el aire tibio acompañaban a los enamorados que llegaban con un viejo bandoneón y unas guitarras. Al escuchar los primeros acordes nos sacudíamos el sueño y envueltas en los blancos camisones, como un desfile de hadas, salíamos al patio perfumado de jazmines y danzábamos, ebrias de luna, de música y de amor.

Eran los años de la segunda guerra mundial cuyos ecos nos llegaban lejanos; pero cuando Francia fue liberada de la bota nazi, los estudiantes nos volcamos a las calles como un río que no cesaba, arrebatado de emoción y de júbilo, gritando y abrazándonos, lanzando al aire el repique de las campanas. Así llegamos a la Universidad donde encendidos discursos y poemas nos hermanaron con aquellos lejanos franceses.

Recuerdo tu plaza principal, amplia, extendida como una mano generosa para el griterío de los niños; para el sesudo discurso de los viejos bajo el frondoso gomero; para el oculto coloquio de los enamorados en los bancos con sombra cómplice.

Allí una tarde,( había acabado mis estudios) caminaba bajo tu arboleda y de pronto me pareció que, empujada por el aire, acompañada del trino de los pájaros, mecida por tu fronda, la Vida salía a mi encuentro y ponía todo el futuro en mis manos. Fue un momento sorprendente, maravilloso. Sólo una sensación pero que ha dejado un recuerdo imborrable en mi vida.

Como un recuerdo de antiguas heridas, había un viejo aristócrata chuquisaqueño que dio en chocolatero. Tenía una fábrica de bombones absolutamente deliciosos. Donde aprendió el arte, no lo sé, pero sí que no he vuelto a probar algo tan exquisito. Había que ir a comprarlos a una vieja y señorial mansión y el anciano miraba fijamente al cliente antes de la venta y preguntaba - ¿Dónde los llevará?- Si por falta de información previa se le decía que a La Paz, montaba en una sorda cólera y echaba de allí con las manos vacías al comprador.

Cuando indagué sobre tan extraña conducta me contaron que el anciano había perdido dos hijos que fueron muertos camino a La Paz en la guerra de “la capitalidad” en un lejano tiempo.

¡Oh Sucre, Sucre! Tendría tanto que contar de ti de tu gallardía, de tu orgullo por ser la ciudad más culta, la cuna de la Patria, de tu alegría y de tu gusto por la vida. No permitas que te destruyan, por favor, vuelve, vuelve a ser lo que eras.