La vejez
No sé porque queremos ignorar que nos hacemos viejos, como si por tratar de olvidarlo, sencillamente no sucediera. Sobre todo las mujeres le tenemos horror.
Si vamos por una calle y necesitamos una dirección, lo más probable es que interpelemos a un desconocido diciéndole:
- Por favor, joven,¿ me puede ayudar?- Y conseguiremos ayuda.
Pero imagínense si interpelamos a una señora ya antañona diciéndole:
-Por favor, vieja, ¿me puede ayudar?
Lo más seguro es que nos saquemos un buen bastonazo.
Y eso es lo que me sucedió a mí cuando en una reunión de amigas bastante provectas, se me ocurrió leer el poema que copio a continuación:
Hermanitas viejas
Hermanitas viejas, sentémonos juntas
como un ramillete de flores marchitas.
Se no fue escurriendo por entre los dedos,
como un puñadito de dorada arena,
poquito a poquito, la vida, la vida.
Todas abrigamos grandes ilusiones
que se nos trizaron
como delicados castillos de vidrio,
todas acunamos bellas esperanzas
que volaron lejos
igual que si fueran blancas mariposas.
Hermanitas viejas, la vida es molino
que muele en su harina
dichas y esperanzas, decepción y penas
y esparce su fino polvillo de plata
sobre nuestras sienes.
Sólo atesoramos, como moneditas
de un caudal precioso, puñados de besos
de madre, de hermanos,
de amigos y amantes y los más valiosos:
los de nuestros hijos y los de los nietos.
Hermanitas viejas, hagamos hoy día
un tierno ejercicio de dulce nostalgia:
Si todas callamos oiremos de nuevo
las voces lejanas, las de aquellos tiempos
en que se incendiaron de amor nuestros pechos.
Cerremos los ojos para que regresen
los tangos y valses, los de aquella fiesta
en la que del brazo de un doncel apuesto
soñamos, soñamos que éramos princesas.
El blanco tocado de nuestras cabezas
será nuevamente el de tul y azahares
con el que marchamos puras, temblorosas,
a los esponsales.
Volvamos, volvamos las hojas del tiempo,
llenemos el alma de dulce ilusión
seremos de nuevo las tiernas chiquillas,
apenas salidas de nuestra niñez,
que a Sucre marcharon colmadas de anhelos
y con un gran sueño en el corazón.
A mi me pareció un poema tierno y dulce pero me gané una gran silbatina por haber llamado viejas a todas aquellas viejas.