2/09/2009

Ropa sucia

No hay quién se libre del problema de lavar la ropa. Sería interesante averiguar quién fue el primer hombre o mujer que, después de olfatear el cuero que lo cubría, pensó que era una buena idea meterlo en el río para librarlo de los mil bichos que lo habitaban y hacían de su dueño su comida diaria. Seguro que tuvo éxito y ya me imagino a todos los greñudos haciendo del lavado de su cuero una práctica habitual.

Desde entonces han volado los años y lavar ropa, con más o menos frecuencia, según los tiempos, las clases sociales y las comodidades que se fueron dando los humanos, es una práctica de la que no podemos escapar.

Dicen las malas lenguas que los franceses de las clases pudientes inventaron el perfume para no tener que lavar los costosos atavíos que llevaban. Era natural: todos aquellos brocados traídos de la China, los bordados con oro, los encajes en los que se dejaban los ojos las mujeres de pueblos enteros, las muselinas de la India, no iban a resistir un paseo por la batea.

Hoy tenemos las máquinas de lavar cada vez más sofisticadas, hacen el trabajo solas y, con los ingredientes apropiados, lavan, suavizan y perfuman que es un encanto. Se han multiplicado los establecimientos que hacen el trabajo, ya no son sólo los chinos los aficionados a ese negocio. Y por último, casi todos los edificios tiene un lugar donde uno puede usar una de las varias máquinas de lavar. Basta bajar con el canasto de ropa sucia, con el jabón, cancelar el tiempo necesario y hacerse de paciencia mientras el aparato realiza su tarea. Se puede ir con amigas y ponerse al tanto de todos los chismes del barrio. Se puede jugar unas manitos de cartas y hasta compartir unos bocadillos. Leer, estudiar, escuchar música y hasta coincidir con alguien interesante y enamorarse.

Pero en los tiempos en los que yo recién me casé, no había nada de eso. Unas grandes bateas de madera y otras de hojalata, jabones en barra, un poco de “azul fino” para el último enjuague de la ropa blanca, eso era todo lo que teníamos……y estar dispuestos a un trabajo duro.

El lugar donde yo vivía estaba a 4.000 metros sobre el nivel del mar, de modo que hacía frío pero el sol, sin mucho aire de por medio, calentaba que era un contento.

Entonces inventamos los “Sábados de lavado” Disponíamos desde por la mañana, en el amplio patio, todas las bateas con agua que se iba calentando al sol. Por la tarde sacábamos los canastos de ropa sucia de la semana y mi marido y yo las jabonábamos y refregábamos en las bateas de madera. La ropa pasaba al hijo mayor que tenía lista la primera batea de enjuague, de allí iba al otro hijo para el segundo enjuague y, por último, la ropa blanca al azuleado a cargo de la niña. La sacudíamos y la colgábamos en sogas que cruzaban el patio. Allí la ropa quedaba secándose en la brisa y jugando a que iba a volar en cualquier momento.

Los cansados trabajadores eran recompensados con una merienda especial que culminaba con un delicioso helado.

Años más tarde mi hijo mayor llegó a esa casa habiendo culminado sus estudios en el exterior. Traía su diploma, una linda esposa costarricense y el milagro de un nieto.

Me encantó verla lavando los pañales del niño pero me quedé de una pieza cuando me dijo: - ¿Puede conseguirme un “mecatito” para “guindar” la ropa del niño sobre el “sacate”?

No me precio de hablar idiomas pero me doy cuenta de que es francés, inglés, italiano y hasta alemán el idioma que se está hablando pero aquello… Bueno, mi hijo tradujo que se requería una cuerda para colgar los pañales sobre el césped. En el simpático idioma “tico”

Mucho después y en otro lugar, Vivimos en un departamento de modo que el patio, las bateas y los “sábados de lavado” son ya cosa de otro mundo. Cuando mi marido y yo nos quedamos solos, nuestro hijo nos dejó su lavadora. Es pequeñita, semi-automática, lo que quiere decir que tenemos que hacer parte del trabajo. Amo esta lavadorita, me permite colaborar en el trabajo y eso me gusta porque siempre he preferido tener ayudantes y no empleadas.

Como ya es bastante viejita, un día comenzó a fallar. Vinieron los técnicos y luego de echarle una mirada de desprecio me la desahuciaron:

-Repuestos para este modelo ya no encontrará, tiene que estar pensando en comprarse otra. A propósito, le ofrecemos esta con la cual no necesita sino apretar un botón y ella calienta el agua, regula el jabón, el suavizante y hasta canta a tiempo de entregarle la ropa ya seca.

1 Comments:

Blogger Unknown said...

Primera vez que me tratan de milagro.
¡Mirá vos lo que uno aprende con el tiempo!

Un abrazo grande abuelita

Javier

3:05 p. m.  

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