5/19/2006

El príncipe

Septiembre, el mes de la primavera y del estudiante. En todos los colegios se organizaban fiestas de coronación de reinas. Primero en los respectivos cursos, lo que daba motivo a una fiesta, luego se elegía la reina del colegio y naturalmente, la fiesta era más grande. El Colegio Militar paseaba a su reina por la plaza principal en una carroza tirada por caballos lujosamente enjaezados La elegida reina de toda la ciudad salía con un cortejo de todos los colegios en alegre carnaval

Entonces tenía catorce años y en mí estaba eclosionando también la primavera. En la fiesta a la que había ido no me estaba divirtiendo mucho de modo que me puse a observar a los asistentes…..y allí lo vi.

Era la perfecta encarnación del príncipe azul tal como lo imaginaba: los cabellos negros, ondulados y los ojos también negros y sombreados de espesas pestañas, contrastaban con la piel blanca. Ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco.

Aquel era el príncipe con el que había soñado largamente la Bella Durmiente, era el que había bailado con la Cenicienta, el que había trepado por las doradas trenzas de Raspuncel y…..¡oh milagro! me estaba mirando.

Entonces, atravesó el salón y clavando en mí sus ojos negros, me pidió la gracia de concederle esa pieza.

El resto fue puro ensueño, no me acuerdo siquiera si nos dijimos nuestros nombres, teníamos la mirada prendida uno del otro y con eso era bastante.

Las amigas con las que había venido a la fiesta tuvieron que insistir bastante para que nos retiremos y al hacerlo, el Príncipe me preguntó en que colegio estaba.

Apenas lo perdí de vista me invadió una congoja extraña. Sabía, dentro del alma, que aquello no iba a durar .Era tan bello como un arco iris, como una irisada pompa de jabón y esas maravillas son de un solo instante.

Sin embargo, al día siguiente estaba en la esquina del colegio esperándome. La avenida larga que era mi recorrido habitual se convirtió en un blando camino de nubes por el que levitábamos ajenos a cuanto nos rodeaba.

Al llegar a casa me propuso que al día siguiente por ser domingo, vendría a buscarme y pediría permiso para llevarme a matinée. Yo ya me preparaba para “ablandar” a mi madre y facilitarle el pedido.

Desde por la mañana había probado uno y otro vestido, me había peinado de mil maneras y a ratos lloraba de frustración al encontrarme horrible como brincaba de alegría con el hallazgo de un nuevo adorno.

Pero pasaron las horas y el Príncipe no apareció. Yo daba vueltas por la casa sin objeto y ocultaba valientemente las lágrimas. Mi madre me miraba con tristeza y no se atrevía a decirme nada.

Todavía tenía esperanzas de que apareciera al día siguiente, me pidiera disculpas y me contara la razón de su ausencia pero pasaron los días y era como si se lo hubiera tragado la tierra. No era un chico de mi barrio y no sabía a quién preguntar.

Pasaron los meses y llegó la Navidad. Estaba en la Misa de Gallo con mi familia. De pronto sentí una mirada y cuando di la vuelta, un cadete con el pelo cortado casi al rape y el uniforme reglamentario me hizo un saludo militar y entonces reparé en sus hermosos ojos negros.

Al día siguiente me estaba esperando en la esquina y volvimos a recorrer la avenida pero ya la magia se había quebrado. Yo encontré otro chico que, justamente acababa de darme el primer beso de amor.

De modo que con mi príncipe nos despedimos con la conocida fórmula : ¿Amigos?

Tenía razón Gardel cuando cantaba “amores de estudiante flores de un día son”.

Bueno, hasta entonces no era ningún notable pero mucho después me harté de verlo en la televisión, era un general y en esa época la tele estaba llena de generales.

Mi hermana Marielba regresó una noche de una cena donde estaba él. Vino a contarme, muerta de risa, que se le había asomado en un aparte y mirándola a los ojos le dijo:-

- “Adita, nunca te he olvidado”.

- Que iba a hacer yo- decía Marielba – sostuve su mirada y le dije:- “Yo tampoco”