5/15/2006

Amores célebres

Voy a contarles mis amores con tres notables personajes. Yo los considero notables porque alguna vez los he visto aparecer en la televisión y eso, en nuestro tiempo, es una garantía de celebridad

Estos amores están muy atrás en el tiempo y quien esto cuenta es una viejecita con bisnietos. Los sucesos narrados son de cuando ella era una chiquilla de trenzas rubias y ojos curiosos que recién se estaba asomando al mundo. En cuanto a los personajes, sé que dos han muerto ya y el tercero, si es que vive, es muy difícil que se acuerde de nada.

Melodrama

Mirando distraídamente la tele, esta mañana, escuché a un locutor que pedía permiso para hacerle un homenaje a su padre y en la pantalla iluminada, un viejecito menudo de ojos vivos que había muerto hace muchos años, cobró vida y comenzó caminar por una calle.

Me quedé mirándolo y de pronto fue como si retrocediera: siguió caminando y haciéndose cada vez más joven. Seguí su paso por esa misma calle que se alargaba y se alargaba interminablemente, no solo en el espacio sino en el tiempo, retrocediendo hasta llegar a otro sitio y a otra edad.

Entonces me encontré con él en la parte de atrás de un cine. Era el espacio que le habían cedido al “Teatro infantil” para su trabajo. Allí era donde ensayábamos las obras que luego tendríamos que representar. Éramos un grupo de niños seleccionados de las escuelas porque se les encontraron aptitudes para la interpretación teatral.

Yo era una niña rubia, menuda, inquieta que amaba la poesía y que podía recitar interminables versos poniendo el alma en cada uno de ellos.

Aquel chiquillo llegó recién de no sé donde, hablaba diferente, me clavaba los ojos negros insistentes y, a la salida, me acompañó hasta mi casa .

En aquel tiempo se estilaba que cuando a un muchacho le gustaba una niña “se declaraba” con la sencilla fórmula de preguntarle si quería ser su chica. Claro que a este momento le precedía mucho tiempo de miradas furtivas, de sonrisas, de cabildeos y de consultas a los amigos o amigas comunes para saber cual iba a ser la posible respuesta. Además el muchacho debía vencer la timidez y encontrar un momento apropiado.

Por eso me sorprendió que el raro chiquillo me lo preguntara tan de golpe en la primera vez que caminábamos juntos.

Lo que la interesada debía hacer en estos casos era responder: “lo voy a pensar” y luego correr con el cuento de la conquista a sus amigas y entre gritos y risas se resolvería si había que aceptar o no.

Ser “la chica” implicaba volver a casa acompañada del muchacho charlando intrascendencias. Después de un tiempo se podía ir de la mano. ¿Un beso? No, eso nunca, no había oportunidad: en la calle, imposible, la puerta de la casa era muy transitada y a ninguna mamá se le hubiera ocurrido invitar a entrar en la sala a un mocoso en compañía de la hija que era apenas una niña.

Al día siguiente en la esquina de casa estaba el extraño muchacho esperando mi salida. Esta vez la duda era verdadera, yo no sabía si quería que aquel chicuelo pequeñajo, flacucho, de hablar raro y de mirada intensa fuera mi chico.

Acabé por decirle que no pero ante mi sorpresa no aceptó esa respuesta y en el mejor estilo del melodrama, me dijo:” Si no me aceptas voy a matarte porque tienes que ser mía o de nadie”.

Cuando recuerdo esa escena la encuentro absolutamente risible: ambos no pasaríamos de los once años y estábamos allí enfrentados en un romance de telenovela, como se conoce ahora.

Lo malo es que el chiquillo era persistente y cada día estaba plantado en la esquina. Yo lo atisbaba muerta de miedo y salía sólo si era con mis amigas, mirando de reojo la punta de un cuchillito que sacaba del bolsillo y me lo mostraba junto con la mirada furiosa de sus ojos negros.

Todo se hubiera resuelto si yo me hubiera confiado a mi madre. Ella seguramente hubiera llegado hasta el chiquillo y con un tirón de orejas lo hubiera alejado de mi vida; pero no me animaba, se me hubiera prohibido asistir al teatro infantil que tanto me gustaba.

Si a alguien le ha llegado a interesar la historia, voy a defraudarlo porque no recuerdo como acabó. Seguramente el chico se cansó de su postura trágica y ambos seguimos en nuestro trabajo. Yo, subida a un pedestal en medio del escenario, toda forrada con papel de estaño y diciéndole a la golondrina moribunda las hermosas palabras de Oscar Wilde. El muchacho en alguna otra obra.

Supe que él siguió siendo actor, yo no. La vida me llevó por otros caminos y sólo ahora al escuchar su nombre y verlo pasar por aquella calle de la televisión voy caminando junto a él y me pierdo allá lejos en el recuerdo.

5 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Absoultamente genial :)

4:39 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Estoy de acuerdo

Javier

3:21 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

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2:07 a. m.  
Blogger Ada said...

amores célebres.. genial, pero me quedé con las ganas de la "s" de célebres.. dónde están escondidas las otras dos histoiras?.

6:43 p. m.  
Anonymous Free Poker said...

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